RUDA

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CADÁVER EXQUISITO Poema escrito en tiempos de cuarentena entre 68 amigos digitales

Fotografía: Sobecori

Por: Regina José Galindo

Sacá los cubiertos de plata, cariño, estamos encerrados y hace hambre. Tenemos los días contados y con nuestros ojos bien abiertos nos vamos tras la lluvia, tras la tormenta. 

Y qué le vamos a hacer, como todos los días, queriendo querer un poco lo que siempre quisimos pero nunca nos atrevimos a tener mientras afuera llueve aire y los pájaros no descansan, nos recuerdan que el presente existía desde ayer, vomitando besos por todos lados.

Volvámonos locxs descifrando este encierro. Salgamos solo cuando ya no seamos lxs mismxs, no porque no podamos; ya no queremos amos ni gobiernos. El silencio retumba, la soledad abraza y la injusticia crece cada vez más. Los monstruos avaros descubrirán su vacío y la soledad en esta cuarentena. Descubrirán que era miedo y no respeto, que no son dueños del tiempo, que nadie les llama porque han cosechado todo lo que han construido, no tienen relaciones íntimas, cercanas porque amaron más al dinero que a los humanos. 

Hora estimada de vuelo a las 15:06. 

Siempre quisimos un respiro de la realidad pero no contamos conque terminaríamos ahogándonos. Llegó un momento en que se borró el tiempo. El martes era viernes y el viernes era domingo. La mañana era la noche y la tarde desapareció. Entonces sucedió, lo que no habíamos esperado llegó, después de pensarnos, no queríamos más ser esa humanidad.

Silencio…

Brava enfadada odio a mi silencio.

Rompamos las vajillas nadie viene a cenar. 

Y seguiremos solos como estábamos ayer pero esta vez en el silencio de nuestra compañía. 

Nos sentamos a la mesa. Nos vimos a los ojos. Nos dijimos todo lo que no nos habíamos dicho, lo que no habíamos querido decirnos. Había tanto tiempo y tan poco. Nunca antes habíamos respirado como ahora y durante tanto tiempo, lo hacíamos entrecortado y superficial, cada uno de nosotros planeaba sacar sus secretos más queridos. 

Tan poco que recordar y tanto que olvidar entre esas mustias paredes infladas de alquitrán. Me he perdido en el silencio, me he perdido en el abismo, entro de pie a la soledad profunda que es mi mejor amiga; ahora que todo se ha derrumbado, ahora que somos nuestra propia carne; ahora solo el tiempo soberano sabrá hacer lo que hace «la primavera con los cerezos».

Los cubiertos de plata se saben de memoria los secretos que nos contamos una y otra vez, a manera de rezos antes de las comidas. Abre el chorro, quiero que salga aire y no agua. Abre la ventana, así sale mi ahogo. Vamos a terminar de comer. Prefiero jugar baraja.

¿Por qué es mejor durar que arder?

Es un alivio que la diarrea no sea un síntoma de ese virus. 

Mi cama, la barca de mis sueños. Muerde, traga, respira. Comienza de nuevo. Encerrados los 3 podremos sobrevivir 

Cariña, mi piel esta hambrienta de tacto. Ahogada en este silencio me vuelvo a mi vientre donde aún está caliente. Me busco, me encuentro, me pierdo. Aquí no tengo edad, tan solo pasión, quizás vida. Aún resuena en mis paredes tu latido. Te extraño. Te beso. Me beso. Me palpo. Beso a beso desgarro mi endometrio. El eco rojo de mis llantos recorren mis piernas con la esperanza de abonar la tierra de tu entierro. Compartamos también los silencios y las palabras no dichas que están en el baúl junto con la platería, hagamos de este momento un encuentro memorable. 

Alcohol y wi-fi, resiliencia, amor en Corona Times. 

Sin atinar siquiera a trastabillar citas célebres, nos limitamos a masticar el silencio como pan rancio; apenas un gruñido que deja entrever el -pásame la sal- cruza el páramo de nogal pulido esperando al ángel exterminado. Te pido que si me das un último beso, te pongas sal negra en la boca para que sazones la despedida.

Me cago en la corona y en el corona y en él, coronaremos, yeah.

El confesó que había planeado dejarme en estos días y yo acepté que desde hacía tiempo quería que se fuera pero desde mi ventana, desde mi ventana veo y siento la soledad y el día que te vea te lo cuento. Todo es útil e inútil al mismo tiempo. Nadie te salva, solo tu creación de ángel caído, de humano inventado, de huérfano de besos, de broken toy. Misericordia. No fueron suficientes las hojas bajo los pies, ni los granos de arena, ni el olor al mar. ¡Faltan más besos en mundo todavía! 

Affamato come un animale nel suo silenzio notturno, incastro la mia vita in un pugno, soffocando, osservo i vermi avidi germogliare e le ossa dei morti sgretolare. Sfioro la terra, alla polvere ci penso come un malato terminale non ho tempo. Ritorno normale, la vita.

Me asomo al balcón, frente a mí el océano infinito, las olas se llevan los pensamientos de los que están y los que se fueron este momento extraño. Extraño los abrazos y las manos entrelazadas. Hay un extraño en mi espejo, me ve, lo veo, siempre ha estado ahí sin darme cuenta. Válvulas respiratorias se aceleran, el corazón hincado por cubiertos de plata. La cotidianidad era su seguridad que con tanto trabajo habían construido o más bien soportado y no les gustaba la idea de tener que empezar, otra vez. 

Recuerda que ahora los hijos cuidan de los padres, ¿qué ejemplo estás dando?

El de resistencia. Porque el reclamo nunca fue en voz alta, no se conoce fuera de mis labios, solo se transpira. Y sigo, porque no sé cómo parar. No puedo parar, mientras el mundo para algunos gira en cámara lenta, cuando para otros se escapa la vida veloz en una última exhalación, yo desearía detenerme un instante, añorarte, quemarme con el recuerdo de tu beso pero nadie parece escuchar la llamada más evidente, solo nos salvará escuchar las voces en el silencio, ese hilo ancestral que surge desde las células más olvidadas. 

Hace hambre y hace frío.

Sacá también la colcha del vacío.

El bolsillo de mi sudadera me canta «Badum badum bada bum», no dejo de buscar en las estrellas. Rancias monarquías cansadas del poder han decidido dejarse de corromper y compartirle su corona a quien pueda bien toser. Jamás me canso de ver al cielo, amaneceres y atardeceres color ocre; cielos nublados y nubes densas que amenazan con arrasar todo a su paso; el azul infinito de una tarde despejada; las estrellas y la luna en una madrugada fría de noviembre. Soy un mísero punto del infinito. 

Hace hambre de comida, mucha hambre pero hace aún más hambre de renacimiento, de vuelos, de liberación. Venite a volar alto y lejos, cerca del sol.

Los minutos se detienen, me como las horas en el afán de no sentirte cerca para devorarnos mutuamente y en silencio. Si cerrás los ojos me verás masticar las estrellas que se ocultan bajo tu piel, me verás suspendida en el minuto exacto cuando el día y la noche besen mis sienes.

Vivo la paradoja del náufrago que se nutre de sus propias carnes para sobrevivir mientras desaparece y podríamos vernos obligados a forzar la puerta. Forzarla no tanto para protegernxs, sino para protejerlxs a ustedes.

No es una guarida, es una jaula. Cada camino lleva a un destino pero a veces es más importante ir allí que llegar. Sí, llegar a creer, que la plata no servía de nada, que los cubiertos había que venderlos, que habían otras necesidades incomprensibles en estos tiempos, que se nos había acabado el último rollo y que lo último que nos quedaba era la dignidad.

Pero de tanto gritar al «vacío» nadie la quiso escuchar, nadie la supo entender. Se sentía sola.

Quisiera gritar, pero es solo susurro. Quisiera correr pero solo estiro mis brazos al cielo y sigo rumiando. La noche, tan lejana, no tiene más estrellas sino miradas. Miramos y no vemos el final solo confusión y miedo, el sabor de los rinocerontes no se compara con el de los murciélagos. Siempre quise morir y ahora tengo miedo. 

Mi lengua te espera plena de peces, larvas y fluidos. Cada loca con su tema. La pregunta, en forma de espiral, es si te lavaste las manos antes de comer o decidiste esperar que la muerte te encuentre sin gel ni desinfectante. 

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