RUDA

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Buscando nuevas formas de relacionarnos

En el momento actual en que la incertidumbre es lo más certero que  tenemos, hemos leído reflexiones sobre que una vez superada la pandemia mundial, el mundo va a ser otro.  Si esto llega a pasar, ¿qué otro mundo es ese?  ¿Un mundo con relaciones más humanas o más lleno de tecnología y control?  No lo sabemos. Tampoco sabemos si efectivamente algo va a cambiar, aunque esto debería ser impostergable.

Las grandes desigualdades socioeconómicas de muchos países, incluido el nuestro, por supuesto, han llegado a niveles insostenibles. Los que gobiernan dan a quienes conformamos la mayor parte de la población, el mismo valor que dan a un producto desechable. Así, las políticas del gobierno favorecen a quienes por décadas han saqueado los fondos públicos, la fuerza física, el intelecto y las habilidades de la población.  

Entonces, ¿qué podemos hacer para que brote la posibilidad de cambio? 

A través de las redes sociales y otros medios de comunicación nos llegan algunas prácticas que convergen en el llamado  a volver al conocimiento y las prácticas originarias.  Entre ellas, hemos observado la siembra en el hogar, el consumo de lo producido localmente, el respeto y cuidado de la naturaleza, la solidaridad, etc.

En la literatura encontramos fuentes que nos guían hacia esas prácticas originarias, pero si nos enfocamos específicamente en literaturas indígenas nos encontraremos con un mundo que nos va a sorprender.

¿Por qué traer a la situación actual estas literaturas?

Porque ahí está plasmada la idea de comunidad como una posibilidad real: desde el respeto y la estimación de la cosmovisión y los méritos del otro, por ejemplo en el Rabinal Achí, hasta el colectivo desde el cual nos habla el Yawar/Fiesta.   La forma narrativa y los elementos que conforman los textos se refieren a lo colectivo, además ofrecen formas distintas de concebir la vida y sus ciclos.

En la propuesta de estos textos, el hacer con otros se vuelve un ente originador de logros.  La naturaleza se considera parte de la comunidad y eso hace que la relación con ella sea respetuosa, porque cualquier desequilibrio afectará al conjunto. Somos parte de la naturaleza y ella es parte de nosotros, somos parte de la tierra que es sagrada pues proporciona lo que da vida a la comunidad. Las conversaciones con animales y cosas en el Popol Vuh y en el Yawar/Fiesta hablan de la diversidad actuando conjuntamente.

Estos elementos aparecen en diversas literaturas indígenas, atravesándolas como un hilo que las une. Es otro esquema para una nueva forma de relacionarnos, de comunicarnos. Eso es lo que se constituye en propuesta, en posibilidad: disponernos a lo colectivo para preservarnos. No es difícil identificar el sentido comunitario en los escritos, pues es la historia, esa que es nuestra.

En los últimos meses, profesionales de la ciencia, de la medicina y de diversas disciplinas se han aliado en la búsqueda de tratamientos, vacunas y  formas de curar y detener la propagación del virus que nos amenaza. Hay objetivos e intereses compartidos que se dirigen al bienestar de la población. Ellas y ellos están haciendo comunidad.

¿Qué hemos hecho desde casa? Compartir con la familia; llamar o escribir a alguien con quien tenemos un saludo pendiente; planificar cuidadosamente las compras; dar cuidado y atención a nuestra salud; desear y, en lo posible, propiciar la salud de quienes están alrededor nuestro; cuidar los recursos que tenemos; dar ánimo a quien está triste o preocupado; poner a disposición de los demás nuestros conocimientos, talentos y habilidades; estar pendientes de quienes tenemos en el afecto; indignarnos ante el abuso y ante la pobreza; compartir lo que tenemos con alguien que necesita; aplaudir a quienes se arriesgan por los demás…   Estamos (pre)ocupadas y (pre)ocupados, disponiendo el quehacer y el sentimiento para aquello que es importante para preservarnos.

No pretendemos ponerle cara linda a la situación actual, pues sabemos que muchísima gente está realmente mal física, emocional y económicamente.  Tampoco se trata de “volverse bueno” durante la crisis pensando que pronto podremos regresar a la normalidad. Ojalá no regresemos a esa normalidad que nos mata. Ojalá ocurra un cambio en donde el bienestar corra como niña traviesa a los brazos de los despojados de siempre… ¡Ojalá! Sin embargo, el cambio va a ocurrir si lo provocamos, si trabajamos juntos para ello; no va venir de quienes ahora tienen el poder.  Mientras tanto, sirve reunir y reproducir aquello bueno que se construye en medio de la adversidad.

Mucho podemos aportar las mujeres en ese camino de construcción de comunidad.  Para nosotras el encierro físico y el simbólico no son ajenos.  Sin embargo, por violenta que la realidad se nos presente, hemos sido capaces de ver más allá de la incertidumbre, buscar aliadas para salir de ella y encontrar rumbo.  La hemos sobrevivido gracias, justamente, a comunidades de apoyo.

Marta Elena Casús Arzú  relata que desde hace casi cien años, algunas mujeres  escritoras y políticas formaron un movimiento social feminista que se llamó “Sociedad Gabriela Mistral”. Su objetivo era crear opinión pública sobre la necesidad de que las mujeres contaran con derechos económicos, sociales, culturales y ciudadanos.  Ellas encontraron intereses y objetivos comunes y buscaron rutas de acción desde esa pequeña comunidad.

Sabemos que aún hay mucho por hacer pero nuestras huellas se pueden encontrar en una parte del trayecto y estamos siempre dispuestas a ofrecer lo aprendido. Hagamos alianzas y busquemos nuevos caminos sin menospreciar el recorrido previo. Ahora que estamos en casa, pensemos que ese espacio que ha sido social e históricamente desvalorizado, el espacio físico de lo doméstico, es el que a muchos y a muchas, ahora nos salva.

 

Marta Elena Casaús Arzú. Las redes teosóficas de mujeres en Guatemala: la Sociedad Gabriela Mistral, 1920-1940. Recuperado el 9/4/2020 de: https://revistas.ucm.es/index.php/RCHA/article/view/RCHA0101110219A