RUDA

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Brujas en Guatemala, ¡presentes!

El 31 de octubre nos evoca a las brujas. Cuando se realiza un rápido rastreo en varios diccionarios de la palabra bruja, la mayoría de las definiciones remiten a “mujer fea, malvada, de aspecto repulsivo”, y también se dice “que se le atribuyen poderes mágicos”.  Resulta interesante analizar el señalamiento de “mala” a la mujer que tiene poderes.  Además, esos poderes que se le reconocen son “mágicos”, es decir, sobrenaturales; o sea, no le son propios. 

Por Ana Lucía Ramazzini

Las brujas eran mujeres con profundos conocimientos en herbolaria que utilizaban para curar y acompañar a otras mujeres en el cuidado y toma de decisiones sobre sus cuerpos; decisiones relacionadas a la fertilidad, el embarazo, el parto, los métodos para espaciamiento de hijos e hijas, la práctica de abortos. Mujeres que por salirse de la norma y resistirse al dominio de la iglesia y el Estado, fueron estigmatizadas, criminalizadas, perseguidas, torturadas y quemadas, pues representaban un riesgo al orden establecido. No existe consenso del total de víctimas, pero se estima que podría constituir 70 mil ejecuciones durante la Edad Media, lo que equivaldría aproximadamente a toda la población de San José, Escuintla, en este año 2024. De ese número total, más del 80% correspondía a mujeres.

“El martillo de las Brujas” (Malleus Maleficarum), un tratado escrito en 1487 por los frailes dominicos Heinrich Krämer y Jacob Sprenger, fue la base para esta cacería. Contiene un capítulo que explica que la brujería era practicada mayormente por las mujeres al ser seres inferiores, más frágiles y propensas a lo maligno, sobre todo si eran pobres, dando cuenta de la misoginia y el clasismo prevaleciente. Las mujeres acusadas de brujería eran generalmente curanderas, parteras, sanadoras, campesinas, cocineras, viudas, con un sistema de conocimientos propios y relacionados a la sexualidad, la reproducción y el cuidado, que fue violentado precisamente en el momento en que la medicina se constituía como ciencia moderna.

Como argumenta Silvia Federici en su libro Calibán y la bruja. Mujeres, cuerpo y acumulación originaria, la caza de brujas se dio en el momento histórico de transición del feudalismo al capitalismo, y con la instauración de ese nuevo modelo económico, que buscaba la privatización frente a la comunalidad de las tierras, también se dieron nuevas formas de control de parte del Estado sobre los cuerpos de las mujeres, con el objetivo de reproducir la fuerza de trabajo que requería el sistema. Así, para el capitalismo fue fundamental el despojo y la expropiación de sus cuerpos, sus tierras y sus saberes.

El disciplinamiento de las mujeres, principalmente en términos de la sexualidad, y con ello el mantenimiento del statu quo, sigue constituyéndose como uno de los objetivos perseguidos por los grupos antiderechos en la actualidad.  Guatemala no escapa a esto y la inquisición se refuncionaliza principalmente desde el juego político del Legislativo, donde existen diputados y diputadas, que sin mayor interés en leer y formarse, niegan el derecho a la educación integral en sexualidad a niñez, adolescencias y juventudes del país, dando la espalda, entre otras tragedias, al impacto de embarazos forzados y a la violencia sexual.

Pero, las brujas también siguen -seguimos- presentes luchando por nuestros derechos sexuales y reproductivos, cuestionando y desafiando el orden social impuesto, ocupando el espacio público, defendiendo nuestros cuerpos-territorio, investigando las problemáticas que nos afectan, y, sobre todo, conformando un aquelarre que pone al centro la vida, la vida digna.