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Anny Puac: “Ser mujer indígena y diversa significa vivir a la defensiva, sin derechos ni respaldo”

Anny Gabriela Puac es una joven maya Kʼicheʼ de Chichicastenango, Quiché. A sus 27 años se define en primer lugar como ajq’ij, una guía espiritual que acompaña y aconseja a su comunidad, y en segundo lugar como politóloga, una mujer diversa y bisexual. Fue hasta la vida adulta que supo qué era el racismo. Ahora, incide en espacios para empoderar a mujeres de territorios para que participen en política y den un vuelco al sistema patriarcal que dirige al país, y que, al mismo tiempo, desprotege a quienes se salen de lo “heteronormado”.

Anny tuvo una niñez poco convencional. Cuando cumplió cuatro años, sus papás se mudaron a Quetzaltenango. En su hogar fue animada a estudiar y a conocer el mundo, y tuvo las mismas oportunidades que su hermano. No hubo diferenciación ni presiones sociales impuestas por su género, como casarse y tener hijos.

Las mujeres más cercanas que he tenido en mi familia han sido mi abuela materna y mi mamá. Creo que la mejor enseñanza que me han dejado es a ser feliz. Siempre me recalcaron que buscara lo que yo consideraba me iba a hacer feliz. Nunca fueron de la idea de decirme: cuando se va a casar o va a tener hijos. Nunca lo mencionamos. No lo preguntaron ni fue una exigencia. Sobre todo mi abuela materna me decía: salga, vaya a viajar, conozca otras cosas porque yo lo hice”, cuenta Anny.

En su infancia notó que las personas fuera de su familia tenían una dinámica y pensamientos distintos a los suyos, sobre todo cuando viajaba a su natal Chichicastenango.

“Miraba que había algo diferente en la educación que me daban, en mi forma de pensar, de poder darme el gusto de vivir bien mi niñez y juventud, cosa que en muchos lugares es poco probable que se dé. Me di cuenta muy joven que no era mi lugar. Algo había cambiado. Cuando escuchaba los pensamientos de los papás de mis amigos, eran pensamientos que no cuadraban con el de mis abuelos y tampoco de mis papás. Yo me preguntaba por qué”, revela.

Su abuelo paterno dio la oportunidad a sus hijas e hijos, por igual, de estudiar una carrera universitaria. “Un día le pregunté por qué pensaba de esa manera. Me dijo que su contacto con gente de otras nacionalidades le hizo cambiar su perspectiva del mundo”.

Anny y su mamá. Foto: FB Anny Gabriela Puac.

Su mamá es psicóloga y su papá es pedagogo. Ambos han sido comerciantes de frutas y productores de textiles desde que Anny tiene memoria. Por eso la idea de ser comerciante le parecía algo natural y pronto se dio cuenta de que trabajar era algo que le apasionaba.

“Siempre me gustó más trabajar. Todo apuntaba a que podía seguir una carrera en administración de empresas o una carrera en economía. Me dijeron: tenés el derecho de buscar qué hacer. Podés combinar ambas cosas. Pero a mí no me gustaba estudiar”, refiere.

Después de un tiempo de incertidumbre, Anny se decidió por la carrera de comunicación en la Universidad del Istmo a recomendación de una conocida, que pudo costear gracias a la media beca que obtuvo y a que consiguió un trabajo de medio tiempo. Sus papás la ayudaron a pagar una vivienda.

La Universidad le abriría los ojos ante una realidad que desconocía hasta ese momento: el racismo.

Allí empecé con un problema muy fuerte que no había vivido, porque en el colegio en Xela estudié con mujeres indígenas y no indígenas, y nunca hicimos distinción por nuestra etnia. Hasta que llego a la Universidad con mi indumentaria maya y nadie me hablaba. Había gente que tenía toda su vida arreglada o estaban estudiando allí en espera de una beca fuera del país. Me topé con todo este mundo diferente al que había estado. No era la gente promedio de Guatemala. Había gente con carros de lujo. Me puse a investigar un poco y me di cuenta de que estudio con hijos de militares y empresarios. Me di cuenta del papel que han jugado. Allí me nace la curiosidad de saber: ¿esto quién lo estudia?, ¿quién lo analiza?, ¿quién lo piensa?”, recuerda.

Estudió dos años de comunicación, hasta que la dejó para perseguir la carrera de Ciencias Políticas en la Universidad Rafael Landívar.

Después de graduarse, hasta la fecha, Anny ha trabajado para promover la participación de mujeres en los espacios políticos en Quetzaltenango, Sololá y otros departamentos, para que puedan incidir en las problemáticas de sus territorios con ayuda de la Asociación Moloj y el Organismo Indígena Naleb.

En esta búsqueda para promover la participación de más mujeres, se dio cuenta de que la cantidad de personas involucradas no es una garantía para cambiar al sistema, pero sí lo es, que las que logren llegar a los espacios públicos puedan romper con las demandas patriarcales.

Las mujeres están más despiertas y pueden reconocer cuando un hombre les hace una oferta, pero ellas ya están empoderadas y saben que solo van a servir para un rato y después las van a dejar tiradas como siempre. Por ejemplo, en un espacio como el Parlamento de la Niñez y Juventud logramos crear una escuela debate para que las mujeres jóvenes vayan conociendo de temas políticos, que se vayan identificando ellas con las demandas indígenas y de las mujeres”, cuenta Anny.

La pandemia significó un estancamiento en estos procesos de empoderamiento y formación, y uno de los retos será lograr que más mujeres de territorios participen y que los partidos mismos generen la conciencia social y los mecanismos para integrarlas a sus bases políticas.

“Si a la mujer ya le costaba participar y estar en espacios de incidencia, es probable que ahora les cueste más. Muchas dejaron de ir a los mercados a vender, muchos de los trabajos que hacían se vieron afectados. Su respuesta es: mire ahorita lo político no me interesa. Lo que necesito es hacer avanzar mi negocio”, comenta.

Mujeres diversas

Foto: Anny Gabriela Puac.

La aceptación de comunidades indígenas a personas de la diversidad sexual sigue siendo difícil en Guatemala, como ajq’ij Anny reconoce que hay una mayor libertad sexual en las comunidades mayas.

“Guatemala es una sociedad conservadora, y a la vez hipócrita”, asegura. “En las comunidades veo a las personas vivir una vida sexual más libre pero siempre heteronormada. Hay casos donde las señoras tienen dos esposos y viven juntos. En la ciudad darían un grito al cielo por la monogamia. Hay comunidades donde el hombre tiene tres esposas en la misma casa y todas están de acuerdo. Todos conviven. Veo que hay ciertas cuestiones que en las comunidades persisten pero en la ciudad, o cascos urbanos, es donde todavía se ve mal”, comenta.

“Dentro de la cosmovisión maya tenemos dos energías, la femenina y la masculina. Las cuestiones heteronormadas fueron una imposición cristiana. Si no encajabas dentro de los estándares te perseguían. En ese sentido, hace falta mucha educación, respeto y tolerancia.”

Para mí significa no vivir con miedo, sino a la defensiva. Al final vives en un país donde nacer mujer es jodido y nacer mujer indígena es jodido por todos los estereotipos y estigmas que están sobre ti. Identificarte como una mujer diversa, como yo me identifico, y de verdad, allí sí que ni derechos ni un Estado que me vaya a respaldar. Todo está en contra mía”, resalta.

Esto deviene de los ciclos de comunicación no verbal que promueve el aparato estatal, asegura. En la teoría de la “Espiral del Silencio” de Elisabeth Noelle-Neumann, que indica que las acciones y patrones se quedan grabados en la mente y catalogan las acciones como buenas o malas, juega un gran papel importante en la difusión silenciosa de ideas conservadoras en la sociedad.

“Este aparato se ha encargado de criminalizar a todos los que no estamos en la corriente, así sea feminismo o inclusión. Es una represión tan bien creada para que nunca puedas romper la norma y salirte de ella”, afirma.

Ante este contexto, Anny está convencida que para balancear la arena política es necesario que haya más diputadas con pensamientos progresistas que no solo se enfoquen en la ciudad sino en las comunidades. Es, también, la alternativa para defender los derechos de aquellas que se rebelan ante lo convencional, que no son respetadas y están desprotegidas.