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Amor romántico en tiempos de Feminicidio

Entrevista a Karina Vergara

En la cultura occidental, la idea del amor romántico ha desvirtuado la realidad para perpetuar ciertas prácticas y modelos de relaciones. En la actualidad, dice Karina Vergara, es fundacional para las expresiones de las distintas formas de violencias, construidas en nombre del amor, incluso hasta llegar al feminicidio.

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El amor romántico, tanto en la pornografía como en la vida, constituye la celebración mítica de la anulación de la mujer. Para una mujer, el amor se define como el deseo a someterse a su propia aniquilación. La prueba del amor es que está dispuesta a ser destruida por aquel que ama, por el bien de él. Para la mujer, el amor siempre implica el autosacrificio, el sacrificio de su identidad, de su voluntad y de la integridad de su cuerpo a fin de satisfacer y redimir la masculinidad de su amante.

Andrea Dworkin

Este texto está dedicado a todas las mujeres que han sido asesinadas por sus parejas sentimentales y, en especial, a Irinea Buendía, madre de Mariana Lima, quien en su búsqueda de justicia frente al feminicidio de su hija, logró que la Suprema Corte de Justicia de la Nación ordenara a las autoridades judiciales investigar con perspectiva de género el crimen de mujeres que, por la naturaleza del mismo, tuviera que ver con un feminicidio.

La estrecha relación entre la idea del amor romántico, la violencia y la posesión, como bien lo explica Patricia Bedolla: habita ahí, en la posesión, en no permitir la libertad; las mujeres debemos estar en casa sirviendo al patrón al pater familias; no podemos aspirar a nada, no podemos cambiar de pareja o tener a alguien más. Somos de ellos, y romper esta construcción desde ese punto de vista merece cualquier castigo, incluida la muerte.

Bajo esta lógica podemos notar que el amor romántico diseñó y fortaleció una serie de creencias y mitos nos educó bajo una pena de castigo social, para sacrificar enormes dosis de nuestra libertad y autonomía a cambio de encajar en un molde que no sólo no es equitativo, sino que se vuelve el espacio donde habitan todas las expresiones de las violencias, ejercidas en nombre de ese amor.

En la actualidad la idea de ese amor es fundacional para las expresiones de las distintas formas de violencias, construidas en nombre del amor, hasta llegar incluso al feminicidio. En Latinoamérica y particularmente en México el setenta por ciento de los feminicidios son cometidos por hombres que mantenían, deseaban o tuvieron un lazo “amoroso” con las mujeres asesinadas. Las expresiones de este tipo de amor están estrechamente relacionadas con los ejercicios de control: nos han enseñado que la violencia es una demostración de afecto. A las mujeres nos ha costado la vida desmontar estas ideas, pasar de ser objetos que le pertenecen al otro a ser sujetas de derechos con libertad de renunciar o irse de una relación que nos violenta en la que podemos perder la vida.

Rosario Castellanos en su escrito “La mujer y su imagen”, nos dice que a lo largo de la Historia, entendida como el archivo de los hechos cumplidos por el hombre, todo lo que queda fuera pertenece al reino de la conjetura, de la fabula, de la leyenda de la mentira. Se ha construido a la mujer más como un fenómeno de la naturaleza que un componente de la sociedad, como una criatura humana, un mito. Así la mujer, a lo largo de los siglos, nos dice Castellanos, ha sido elevada al altar de las deidades y ha aspirado el incienso de los devotos, claro, cuando no se le encierra en el gineceo, en el harén a compartir con sus semejantes el yugo de la esclavitud; cuando no se le confina en el patio de las impuras; cuando no se le marca con el sello de las prostitutas; cuando no se le doblega con el fardo de la servidumbre; cuando no se le expulsa de la congregación religiosa, del ágora, de la política, de la vida de conocimiento y las ideas.

La construcción y sustento de la idea del amor romántico, ese amor que constituye la celebración implícita de la anulación de una para otro, nos ha llevado a lo largo de la historia a ser las eternas Ifigenias, sacrificadas, una y otra vez en los altares patriarcales.

Cuando las feministas decidimos criticar al amor romántico nunca faltan los románticos, sumamente molestos, por la idea de ser despojados del motivo de sus poesías, serenatas y batallas contra molinos de viento en nombre del amor; me da la impresión de que se arman así mismos como caballeros sobre sus caballos blancos y tratan de rescatar a las princesas de las malvadas brujas que queremos arrancarles del corazón la noción del amor romántico. Sin embargo lo que estamos diciendo es mucho más profundo y serio que una defensa a ultranza de la idea del amor literario, estamos haciendo un análisis estructural y político de cómo la idea del amor ha construido las sociedades occidentalizadas en las que hoy habitamos

Con esta declaratoria comenzó la entrevista entre la que esto escribe y Patricia Karina Vergara Sánchez, mexicana, feminista, periodista y profesora. Mujer revolucionaria, orgullosa de sí misma, de su lucha, de su orientación sexual y su raza, y quien sin duda es un referente en la construcción del pensamiento feminista.

¿De dónde nos llegó el amor romántico; por qué ha puesto en el imaginario colectivo que la violencia y la desigualdad son casi un sinónimo de este amor romantizado?

Cuando hablamos del amor romántico, hablamos de una construcción social que desde hace unos cuatro o cinco siglos viene sirviendo para edulcorar las relaciones de apropiación del cuerpo de las mujeres para labores domésticas de cuidado y crianza, y que, además, sean adornadas con la cintilla rosa de que todo ello lo hacemos por amor. Y por amor, el amor romántico, los hombres se convierten en el caballero del cuento –según los recursos a su alcance– el proveedor y rescatador de la princesa. Y, por amor, la princesa –según los recursos a su alcance– se “entrega”, se “sacrifica” y “luchará” por ese amor. Por amor se renuncia, por amor se espera, el amor todo lo puede. Por amor, las mujeres vemos a otras como posibles rivales –incluso a la suegra y a la cuñada– no nos aliamos, disputamos por quién habrá de ser la elegida, la más querida, la preferida, aunque sea simbólicamente, aunque el varón no esté presente.

El amor romántico es la construcción de las mujeres en la competencia, en la enemistad, el sujeto que busca ser “la deseada”. La princesa elegida y rescatada de las fauces del dragón. Ese amor, así, tiene a las mujeres sometidas al cuento de la heterosexualidad obligatoria y al sueño de corresponder al príncipe azul para siempre. Ese es el amor romántico que las feministas y lesbofeministas criticamos.

¿De qué manera el amor romántico abonó a la estructura de las relaciones heteronormadas y heterosexuales?

El amor romántico no es un fenómeno que ha existido siempre, no es un sentimiento natural e innato a la humanidad. El amor romántico, es decir, el amor de pareja, el deseo de vivir en pareja, fue construido bastante tarde en realidad, en el siglo XVII con la idea de los caballeros (por eso usaba esa imagen al inicio) y las damiselas en peligro que había que rescatar. Esta construcción romántica del amor funcionó bastante bien para legitimar los acuerdos económicos que ya se venían haciendo al unir a hombres y mujeres para garantizar riqueza de naciones, de feudos, los intereses económicos de los dueños de la tierra que casaban a sus hijos e hijas o que unían a los siervos que les interesaba, etc. Lo único que hizo el amor romántico fue legitimar y edulcorar esas negociaciones que ya existían.