RUDA

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Acompañar a las que acompañan

Digo tal cual: todas las mujeres hemos estado expuestas a la violencia de género y, yendo más allá, a violencias interseccionales que evidencian las violencias particulares atravesadas que van conformando nuestras maneras particulares de afrontar la vida. En nuestros cuerpos se encuentran las vivencias, los aprendizajes, las consecuencias y las heridas. Algunas, desde las búsquedas, los recursos personales, las propuestas comunitarias y en ocasiones también desde el privilegio, atravesamos procesos de sanación en los que visualizamos la posibilidad de reconstruir la vida a partir del cuidado, la escucha propia, la autoconciencia y la búsqueda de erotizar la vida cotidiana como apuesta política frente a los golpes constantes de nuestras sociedades patriarcales que impregnan a esta existencia en una nube gris densa que nos imposibilita la risa, la calma, la expresión, el descanso, la armonía y la plenitud.

Desde esa posibilidad de sanar, de desaprender y reaprender a ser, es que ha sido el recorrido que llevo como acompañada y como acompañante, porque ambas posiciones –acompañarme y acompañar- han sido el diálogo simultáneo abierto que me ha permitido seguir aprendiendo desde lo terapéutico.

Es en este “canto a dos voces” que he tenido presente el contactar con la humanidad que nos une a todas, y al decir esto recuerdo una de las preguntas que me hicieron cuando era practicante de psicología en la comunidad El Incienso: “…En este contexto, ¿Qué es lo terapéutico?” Y en ese momento se me abrió la posibilidad de dejar de lado teorías y etiquetas, para dar paso a contactar con las necesidades y posibilidades de las personas, tomando consciencia que lo terapéutico, es decir, lo que encamina al proceso de sanación, es acompañar en atender a esa Ser Humana, a legitimarle y comprender sus lenguajes para acompañarle a comprenderse y a darse a sí misma. Por ello, en mi experiencia, en la medida en que he recorrido mi propio camino personal, estando para mí, voy también sabiendo como estar para otras.

En este recorrido he necesitado reconocer que mi historia de vida de mujer urbana no alcanza todas las realidades, y pienso en espacios que he integrado con mujeres con gran sabiduría ancestral, mujeres rurales en defensa del territorio, mujeres con las que hemos aprendido juntas que el saber colectivo e individual es una guía que no puede hacer falta en cada proceso de acompañamiento, y en estos casos me cuestiono el poder del saber científico del cual también vengo, porque si bien reconozco lo trascendental que es descubrirnos identificadas con aspectos psicosociales y con nuestras respuestas psicológicas a partir del trauma, también he podido descubrir que va de la mano la capacidad innata de sobrevivencia que nos lleva, desde la sabiduría interna, a crear maneras subjetivas para “darnos cuenta” y avanzar. Por ello, mi experiencia ha sido desde la toma de consciencia de acompañar a generar un nuevo modo de estar en el mundo que no implique el sufrimiento por ser. Y como mujer que acompaña a otras mujeres en este contexto, sé que el sufrimiento por ser mujer es una realidad sostenida por dinámicas cotidianas opresivas, pero también sostenida por creencias aprendidas, naturalizadas e internalizadas, y desde esa consciencia es que abrazo el recorrido que nos posibilita pasar del victimismo a la sobrevivencia, un recorrido en el que no se puede evitar atravesar emociones dolorosas, pero que, muestra que el desahogo nos permite reconocernos integralmente como aliadas aquí y ahora, para decidir desde nosotras mismas qué hacer para sanar nuestras memorias de dolor, comprendiendo que somos más que la propia herida y que al reconectarnos con la capacidad de sentir placer y permitírnoslo, también estamos rompiendo con el maltrato legitimando el merecimiento y el ser lo que deseamos.