Mi historia de criminalización desde el exilio
Por Virginia Laparra
Soy Virginia Laparra, exfiscal guatemalteca. Quiero compartir mi historia desde el exilio. Este relato no solo refleja mi experiencia personal, sino también la de muchas otras y otros que han sido perseguidos por luchar contra la corrupción y la impunidad en Guatemala.
Cuando se habla de exilio, se destaca lo difícil que es esta situación. Nos deja en una constante vulnerabilidad, interrumpiendo nuestros proyectos de vida y afectando profundamente nuestra existencia. De un día para otro, una persona pierde su tierra, su país, su hogar.
Mi vida familiar ha sido la más afectada. Esta semana fue el cumpleaños de una de mis hijas y no pude estar presente. Momentos como ese son irrecuperables. Celebraciones importantes como bodas, nacimientos y otros eventos significativos quedan truncados, creando un vacío imposible de llenar.
Mi círculo social, ese espacio donde me identifico y proyecto quién soy, se ha desmoronado. Aunque el exilio puede abrir oportunidades laborales para algunas, en mi caso todo se detuvo abruptamente. Tenía una carrera sólida en el sistema de justicia, un trabajo que amaba y que me fue arrebatado sin previo aviso. A pesar de todo, sigo recordando con cariño mis días como fiscal y sin duda, lo volvería a hacer.
Quiero que comprendan la gravedad de mi situación como exiliada. No estoy aquí porque busqué evadir la legalidad, sino porque en Guatemala la certeza jurídica y el juego limpio se han desvanecido y han sido reemplazados por represión, castigo y odio. La élite corrupta ha destruido el Estado de derecho, debilitando nuestra ya frágil democracia.
Mi historia comienza con una detención ilegal. Fui arrestada sin fundamento legal válido, sometida a múltiples órdenes de detención en un mismo caso y se me dictó prisión preventiva por defenderme de resoluciones judiciales manifiestamente ilegales. Pasé seis meses en un área de castigo, en condiciones inhumanas, en una prisión militar rodeada de hombres, permaneciendo 23 horas en oscuridad y con solo una de acceso a la luz al día. Fue un verdadero infierno.
La falta de alimentos frescos y de atención médica empeoró mi situación. Perdí mi matriz y fui sometida a múltiples intervenciones quirúrgicas sin la posibilidad de una adecuada recuperación. La comunicación con mi familia fue casi imposible y ver a mis hijas se convirtió en un anhelo que solo logré concretar en raras ocasiones.
Escuché los disparos que mataron al director del penal donde estaba. Me preguntaba cuánto tardarían en matarme a mí. Viví con miedo constante, viendo cómo exfuncionarios judiciales se burlaban de mí, alardeando de sus privilegios mientras yo permanecía prisionera, simplemente por ser el rostro visible de la lucha contra la corrupción.
Sufrí de depresión y desesperanza, preguntándome si todo lo que había hecho en mi carrera había valido la pena. Hoy sé que sí. La verdad está de mi lado. A pesar de los momentos más oscuros, el apoyo de mi familia, amigas, amigos y la comunidad internacional me mantuvo viva. Gracias a ellos, renací y encontré fuerzas para seguir adelante.
Aunque salí de prisión, el sufrimiento no terminó. Intentaron retrasar mis procesos y enfrenté una nueva condena, lo que me obligó a un exilio que nunca imaginé. Regresar a mi hogar no fue posible; la realidad que dejé atrás había cambiado. No me permitieron volver a mi trabajo como fiscal, ni recibí indemnización alguna. Comprendí que debía dejar atrás lo que más amaba para preservar lo único que me quedaba: la vida.
Estoy fuera de Guatemala, no por huir de la justicia, sino por haber sido víctima de una infamia. A pesar de las dificultades del exilio, sigo viva, libre y decidida a seguir luchando.
Los procesos que utilizaron para encarcelarme inicialmente fueron desestimados, pero mediante amenazas, presiones e influencias ilegales, lograron llevarlos adelante. En 2022 fui declarada presa de conciencia y en 2023, el Grupo de Trabajo sobre la Detención Arbitraria de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) determinó que mi detención fue arbitraria. Aun así, las autoridades judiciales corruptas procuraron dejarme presa por más tiempo.
Mi historia no es solo un testimonio de sufrimiento, es un llamado a la acción. Lo que me ocurrió a mí le puede suceder a cualquiera. Debemos reaccionar ante la ola de injusticias que está arrasando nuestro país.
Mi caso da cuenta de un sistema en el que la Fiscalía General de la República actúa con impunidad, despojando a las personas de su derecho a una defensa justa. La Comisión Interamericana de Derechos Humanos ha señalado las intromisiones y excesos del Ministerio Público, pero este ha rechazado sus hallazgos, a pesar de que Guatemala reconoce la jurisdicción de la CIDH.
A pesar de la distancia, prometo que haré que todo esto valga la pena. Sigo sonriendo y aprendiendo a ser feliz de nuevo. Guatemala, a pesar de las sombras, siempre tendrá en mí una voz que clama por justicia y esperanza. Porque hoy y siempre amaré a mi bella Guatemala.