De la oscuridad a la luz
Por Samari Gómez
El primer momento de realidad en una celda puede que sea tal vez uno de los momentos más duros que, personalmente, me ha tocado vivir. Sobrevivir la primera noche, sabiendo que te tienen en sus manos y que no te van a soltar así porque sí, sin hacerte sufrir, sin enseñarte que ellos pueden castigarte aún sin razón, es duro, porque de eso se ha tratado todo esto: de venganza.
Sé claramente que no fui la primera y, lamentablemente, tampoco seré la última. Hubo más personas que tuvieron que pasar por lo mismo, antes y después de mí. Todas mujeres, todas trabajadoras, todas hijas, algunas esposas, algunas madres, pero todas comprometidas con un ideal: la lucha contra la corrupción.
Socialmente se nos ha hecho creer que la mujer es el “sexo débil”, así nos lo han transmitido de generación en generación. Nos han educado para ser la “ayuda idónea” para el hombre, en el mejor de los casos; en muchos otros, para servirles sin cuestionar, e incluso para perder nuestra esencia con esa finalidad.
Para mí, la mujer es y ha sido por mucho tiempo la base fundamental de una sociedad que funciona correctamente; es la mujer la que educa a las hijas e hijos y los cría, pese a sus múltiples ocupaciones; es la mujer la que hace que los hogares funcionen, organiza, coordina y apoya, pero a la vez trabaja y lo hace bien.
En este caso, no fuimos la excepción. Logramos resistir el embiste de un sistema que ha permitido una persecución sin sentido, que, si bien es cierto, nos ha afectado: nos dejó sin trabajo, nos separó de nuestras familias, de nuestros hijos e hijas, manchó nuestros nombres. También nos enseñó lo fuerte que podemos ser y nos ha motivado para seguir luchando, empezar de cero, reconstruyendo los pedazos que nos dejaron.
Ha sido nuestro mismo género quien nos ha perseguido, han sido hombres, o pseudo hombres, los que nos han señalado, pero han sido mujeres las que han ejecutado su venganza. La falta de empatía y solidaridad han jugado un papel importante en todo este círculo de venganza sin fin.
Claro que no todas somos iguales. Así como habrá integrantes de nuestro mismo género que estarán dispuestas a ponerte el pie para ver si logran derribarte, también hay quienes están allí para sostenerte y levantarte en el momento justo, porque somos más las que a través de la sororidad entendemos que está bien que otras mujeres brillen y triunfen, y que todas tenemos un momento, que no necesitamos pasar sobre otras para sobresalir en este mundo.
Tengo la dicha de conocer no a una, sino prácticamente a todas las valientes mujeres que, como yo, han tenido que afrontar persecución, señalamientos, encarcelamiento y exilio. Las admiro a todas, a cada una. No critico las decisiones que en su momento se han visto obligadas a tomar; por el contrario, trato de entenderlas porque sé que cada una ha tenido que vivir su propia tormenta. Para ninguna de nosotras ha sido fácil ver que después de haber entregado años de trabajo honesto, se nos acuse de delincuentes. ¡NO LO SOMOS! Somos madres, profesionales, hijas, esposas, trabajadoras; todo, menos delincuentes y hemos logrado demostrarlo.
No es fácil ser mujer y asumir esos roles que socialmente nos han sido impuestos, y menos aún ser trabajadoras que desean promover cambios, pequeños o grandes; ahora señaladas por personajes que, cuestionados o no, tienen la capacidad de crear narrativas de descrédito y de odio.
Sin embargo, también es cierto que fueron estos mismos personajes los que nos colocaron en la mira para hundirnos, pero la realidad es que nos dieron voz a muchas que no sabíamos que la teníamos, y es hasta ahora que estamos dispuestas a utilizarla para decir la verdad, aunque sea incómoda, para promover cambios, para luchar por lo que creemos. Se equivocaron al creer que nos sepultaron, porque solamente nos abonaron y nos motivaron a seguir creciendo, nos llevaron de la oscuridad a la luz.